9 de septiembre de 2011

Del lucro, la indignación y otro mundo

Y vio Dios que era bueno…!
Diego Jiménez, sj.
Esta expresión, que en el libro del génesis se repite al final de cada una de las jornadas de la creación es un buen pretexto para nuestra reflexión. Dicha expresión (o quién la “inventó”) supone la posibilidad del error, de la equivocación. Carecería de sentido ver si algo está bien o no, cuando el actuar se considera a sí mismo, de antemano, infalible. No pretendo aquí polemizar con mis amigos y hermanos teólogos que le han gastado más de una pestaña a reflexionar estos temas y no con la ligereza con la que aquí yo pudiera hacerlo. Mi objetivo es otro.
Parece que estuviera de moda estar indignado. Ya casi que podemos decir que país que se respete tiene sus “indignados”. Así como no pretendo hacer exégesis, tampoco busco hacer análisis de modas y movimientos entre los cuales hay algunos que pareciendo serios, no son sino una puerta de escape, un entretenimiento más, un estilo más, o, como se diría en un jocoso y plástico argot colombiano, una pendejada más… (lo que no quiere decir que rebaje a nivel de pendejada los importantes objetivos que nuestros actuales indignados han conseguido). A este propósito recuerdo que en Quito, cuando “los forajidos” tumbaron al dictócrata Gutiérrez, algunos, que tan pronto se dieron cuenta que en esta manifestación social “pelucona” había un gran componente de novelería, aprovecharon y a muchos tristes y desorientados “forajidos” les vendieron fotografías en las que aparecían ellos y en la parte inferior de la imagen la leyenda: ¡mi primera marcha…! Nada raro que en el centro de muchos hogares que alumbraron a estos héroes de la patria hoy penda uno de estos retratos. No los culpo, es que la cultura de la velocidad no deja tiempo para pensar. Pero volviendo a nuestro punto, tampoco los forajidos son mi asunto aquí.
        Mi objetivo es conjugar el “y vio Dios que era bueno” con lo que, sobre todo en Chile, han significado los indignados. Dios vio que las cosas que hacía eran buenas y después de esta actitud que esconde quizá la más antigua formulación y mejor anticipación de la fenomenología alemana, se iba a descansar. Si Dios hubiese visto algo no bueno en su obra, seguramente no habría podido ir a descansar. Esto sí lo sugiere el génesis en tanto estos dos movimientos guardan una relación causa-efecto. Ahora, algo que no sugiere el texto pero que nos está permitido pensar, en virtud de nuestra libertad, es qué hubiese pasado si efectivamente alguna de las obras divinas no hubiese sido sido buena. ¡Se imagina…! Seguro la noción de descanso sagrado tendría otras implicaciones. Que tal, el génesis diciéndonos que antes de esta actitud fenomenológica, la Trinidad se pasó días, años, milenios, probando y ensayando, diciendo ¡no! ¡eso no! Hasta que al final ¡eureka! Tranquilos tampoco pretendo formular aquí una versión que titule algo así como “Lo que nos cuenta la Biblia” (título que vendería mucho y no aportaría nada).   
            Cómo les decía pretendo conjugar el “vio Dios que era bueno” con el papel de los indignados. Más bien no es el “vio Dios que era bueno”, sino todo lo que tuvo que ver para  finalmente poder decir: es bueno. Y es que parece que lo que finalmente pretenden los indignados, es ver qué (…) sea bueno, ¡o mejor!
            Hoy parece que el Cambalache argentino se encarniza más que antes. En muchas partes nos falta capacidad de asombro, capacidad de esperar algo distinto. Es mucha la impavidez que nos invade en sociedades en las que todo da igual, en las que todo vale, en las que el criterio último y esencial es el lucro. Es que todo tiene precio, todo puede ser vendido y comprado, todo puede ser negociado…            Y esto no nos sorprende. Lo máximo que provoca, en el mejor de los casos, es un cómplice suspiro. Y luego, a hacer negocio, a continuar traicionando nuestros más profundos y nobles ideales, que todos los tenemos, solo porque “de algo hay que vivir”.
            Desde hace varios años esta actitud de conformidad ha venido tiñendo al sistema educativo en casi todo el mundo. Cada vez más la educación se ha ido convirtiendo en un instrumento para fabricar generadores de renta. Pero esto no es lo peor; lo más triste es que ha sido con nuestra venia. Seducidos por el sueño frustrado y cada vez más lejano e imposible -la lógica terráquea así lo exige- de querer ser un país como los países “desarrollados”. Hemos interiorizado tanto al verdugo, que hemos querido ser como él. Y así con estos deseos fuimos inventándonos certificaciones de calidad, procesos de evaluación que nos hagan más competitivos, y, volviendo al tan rico argot colombiano, un poco de “maricaitas” que terminaron por descentrarnos. Y llegamos a tal punto de extravío que el objetivo último de la educación se nos olvidó, y nos quedamos con la idea que de lo que se trata es de hacer cosas prácticas y rentables.
            En algunos lugares del planeta el derecho a la educación, como un derecho universal, se convirtió en derecho de quienes pueden pagar. Educación de calidad para quien tiene más dólares. Claro, aquí calidad es educación para hacerte fábrica y ya sabemos de qué. Y esto fue pasando y nadie se asombraba. Nos parecía normal que la educación tenga, para algunas pequeñas mentes, al fin fines prácticos. Y poco a poco, y no por culpa nuestra, sino porque “de algo hay que vivir”, fuimos convirtiendo el sistema educativo en un negocio más. Hoy pululan, en toda ciudad que se respete, una especie de centros donde se fabrican pequeñas y desechables fabriquitas de hacer dinero. Desechables porque la calidad exige que esos conocimientos después de un año deban cambiarse.
Y así, palabras más palabras menos, llegamos a nuestros días. Y nadie se asombra; las cosas son como deben ser, y pasan porque deben pasar. Y no solo que no hay asombro sino que cualquier viso de duda o insatisfacción es anulado con frasecitas como “ya empezó el criticón”, “anda hecho el revolucionario”, “anda hecho el marxista”, “mejor trabaje, haga algo productivo y no joda”, entre otras… Lo que estos sabios consejos suponen es que la última palabra ya está dicha. No se si han leído a Spinoza, o al menos lo hayan escuchado mentar, pero sea cual sea el caso, es que como él ellos piensan que estamos en el mejor de los mundos. Todo está bien, todo es bueno y descansan… la última palabra ya ha sido dicha al puro estilo Fukuyama.
Sin embargo -hay unos cuantos marxistas trasnochados como gustan denominarlos algunos medios de comunicación o importantes analistas económicos y sociales, que creen que la última palabra aún no está dicha. Es que no nos cabe en la cabeza ni en el corazón que en este mundo el último criterio lo tenga el lucro. Es que aun pensamos que el ser humano es más que dinero. Y por eso, decidimos decir algo frente a los mercaderes de la educación.
Así surgen, de alguna manera y con estas motivaciones, algunos de los “indignados” chilenos que hoy nos recuerdan a todos que esa actitud tan humana de la admiración, con la que según muchos historiadores piensan nació la Filosofía, es condición sine qua non de la construcción de una sociedad más humana, justa, democrática… Estos malcriados muchachitos chilenos, usando ahora el argot de quienes están felices con el status quo, piensan que no todo está bien, que no todo es bueno y deciden, como quizá lo habría hecho la Trinidad, expresar su malestar y soñar con que “otro mundo es posible”… Este corto texto pretende ser un tributo a todos los indignados, no sólo chilenos, que no son solo una moda más, sino que creen que la última palabra no la tiene el lucro.

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