Últimos
días de campaña. Ya ha pasado un mes y medio, y con el tiempo quedan muchos
pensamientos; algunos se hicieron palabras, otros se guardaron. También quedan
muchos actos y varias omisiones. No hay duda que hay mucho para reflexionar
sobre la ciudad, la sociedad y la política. Comenté en alguna reflexión pasada
que la época actual, que pretende generar profundas transformaciones, requiere
que se vea el bosque y no quedarse en el árbol que está en la nariz de cada
uno/a.
La elección
de alcalde/sa de Quito se convirtió en una verdadera batalla. Inició con
fuertes críticas a la gestión del actual alcalde, las cuales tuvieron acogida
en la ciudadanía debido a inadecuada comunicación (se ha hecho más de lo que se
sabe) e insuficiente diálogo social, y reflejan la necesidad de plantear dudas
y reclamos ciudadanos, frente a incertidumbres y errores que ahora ya se
reconocen. En este terreno, se sembraron rumores y mentiras para dar contrapeso
a una propuesta improvisada y desarticulada. La respuesta tardó, pero llegó. El único debate, de varios organizados, al cual acudió el candidato de la
derecha, permitió revelar sus intenciones, sus intereses (que no son los de la
gente), su improvisación y desconocimiento de la ciudad.
En este
escenario, otro actor entró en escena con la fuerza que le da liderar un
proyecto nacional. Se posicionó la importancia de Quito como capital del país,
pero además como capital de la Revolución Ciudadana. Lo mencioné anteriormente,
las elecciones locales no pueden ni deben pensarse fuera del contexto nacional,
regional y mundial, menos las elecciones de una capital política que además es
sede de la UNASUR. Se amplió el espacio para la radicalización de posiciones. Por
un lado, se consolidó la posición de quienes saben que la transformación de
Quito y el Ecuador son una sola, se cohesionó a quienes militan en un proyecto
progresista de izquierda (con sus contradicciones, sin duda), y a quienes se
benefician del mismo. Por otro lado, aumentó dudas de quienes toman a las
contradicciones como traiciones ideológicas. Hay un debate post-electoral que
requiere mucha reflexión y sensibilidad.
Quito no es
cualquier cosa; su ánimo colectivo es volátil como su clima. Entenderla y
conocerla, toma más de una vida. Solo la sabiduría popular puede lograrlo.
Quito es diversa, altiva y soberana. Pero soberana desde su pueblo histórico, que
busca libertad, y supera a seres pasajeros en el tiempo. Esta realidad no es
fácil de asimilar, y no ha “cuadrado” en los actores principales de la campaña
electoral. Uno no tiene ni idea, porque no han vivido [en] Quito, aunque gracias al marketing, bien pagado, tiene un guión que lee y repite sin cansancio. A otro se le pide
plasmar de mejor manera sus ideales y liderazgo social (muy reconocido) frente al ánimo de la
ciudad, y encarar las contradicciones que van en paralelo de los avances innegables que
se han logrado en Quito y todo el país. Finalmente, otro(s) subestiman la capacidad crítica
y de lucha de esta ciudad diversa, política, crítica y quejumbrosa, que no
permite que la usen sin causa justa.
En Quito no
está en juego una alcaldía, sino la continuidad de un proyecto político que se
basa en el derecho a la ciudad, la construcción de igualdad, y el soporte de
una transformación económica y social con alcance nacional y regional, frente a
la intención de regresar a un modelo de exclusión donde pocos se apropian de
los espacios, los sentidos y la riqueza. Ahora se reconoce lo que está en
juego. La continuidad de ese proyecto requiere sensibilizar sobre los enormes
avances, pero también reconocer los pendientes y los errores, para mejorar y
enmendar.
Frente a la
presencia de la derecha nacional e internacional (con toda la fuerza y dinero
que está invirtiendo), la respuesta de Quito, por coherencia, es la unión. En
democracia, el poder está en el voto. Por esto, y por lo señalado en
reflexiones anteriores, el domingo, el voto va para Augusto Barrera por quien
es, por lo que ha hecho desde las organizaciones sociales y la alcaldía, y por
lo que puede lograr por Quito, al reencontrarse con esta ciudad altiva y
soberana, y conciliar sus anhelos y esperanzas.